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Se abre el telón

Poner en marcha una función de teatro no solo depende de directores, actores y escenarios. Los seguros, principalmente el de responsabilidad civil, en este caso, se convierten en la estrella de la obra cuando surge cualquier imprevisto.

Se abre el telón y aparece una mujer saltando a la comba.

Se cierra el telón.

Se vuelve a abrir y salen la mujer y la comba en el suelo.

Se cierra el telón

¿Cómo se llama la obra?

Unos dirán: Mortal comba”, en respuesta al chiste. Otros, todavía en el patio de butacas, argumentarán que la chica y la comba están en el suelo porque forma parte del relato. “Peculiaridades del teatro del absurdo”, será su argumento. Luego está un tercer grupo. El de aquellos espectadores que vuelven al teatro la semana siguiente y comprueban que la actriz está de baja y que, efectivamente, lo que ocurrió fue un accidente.

Porque los tropiezos ocurren en la ficción y en la realidad de las bambalinas, también. No hace falta ponerse en lo peor, por más que muchos actores declaren que su objetivo sea acabar sus días sobre el escenario. Basta con que cualquier contratiempo impida continuar con la representación. Por eso, en toda obra de teatro importante, todos los procesos de producción, reparaciones y actos profesionales están asegurados.

Este seguro se llama responsabilidad civil de espectáculos y garantiza el disfrute del espectador y la tranquilidad de espíritu del productor. Un seguro obligatorio estándar, es decir, el de una obra de entre 300 y 700 asistentes, cubre daños por un importe de hasta 250.000 euros. Esto se traduce en que, aproximadamente que de cada 10 euros que un aficionado paga de entrada por ver una actuación, una mano invisible se compromete a poner 500 euros en caso de que la cosa se tuerza.

Una mano invisible se compromete a poner 500 euros en caso de que la cosa se tuerza

Y es que el seguro básico obligatorio de responsabilidad civil es aquel que cubre todo daño o imprevisto que padezca un tercero como consecuencia del espectáculo. Ya sea la incomparecencia de un artista o una huelga de tramoyistas.

Para los promotores de la obra es particularmente importante la cobertura de pérdida de beneficios. Sobre todo, porque se puede ver en la obligación de devolver entradas ya vendidas por unos imprevistos que quien se sienta en el patio de butacas no tiene por qué pagar. Vamos, que el público no tiene la culpa de que a Simba o a Scar, del Rey León, tengan un tropiezo y, por ello, la representación no transcurra con normalidad.

Esta cobertura de pérdida de beneficios es particularmente útil cuando se organizan eventos teatrales al aire libre. En España hay muchas actuaciones cuyo único techo es el cielo. Es el caso, por ejemplo, de las que se celebran en el Teatro Romano de Mérida. Por más que las representaciones del Festival de Teatro Clásico se desarrollen en el estío, siempre es posible que una buena tormenta veraniega obligue a recoger cojines y libretos, y a salir a todo correr de vuelta al hotel. Todo un desconsuelo para el productor… de no ser por la existencia de una póliza.

Los espectadores más avezados sabrán que, en ocasiones, se puede contratar un seguro de no asistencia, por si surge un percance

Pero al empresario del teatro no es al único que le importa su dinero. Los espectadores más avezados sabrán que, en ocasiones, se puede contratar un seguro de no asistencia. Así que, si has tenido un percance y al final no puedes ir a la obra, no tienes por qué dar las entradas a tus padres o a tus suegros, sino que puedes reclamar el reembolso del ticket.

Sea donde sea, pues, te sientes en un patio de butacas o en unas gradas de piedra al aire libre, no dejes nunca de ir al teatro. Y, sobre todo, piensa que el seguro estará contigo. Protegiendo tu disfrute.